Conducir un vehículo es una actividad cotidiana que realizamos mucha gente de forma habitual. Utilizar nuestro propio automóvil nos da independencia en los desplazamientos y nos permite acceder a múltiples lugares y servicios. Hoy en día la continua movilidad parece imprescindible y una de las cosas con las que sueñan muchos jóvenes es en cumplir la mayoría de edad para poder conducir su propio coche, porque eso les ofrece libertad.
Al empezar a conducir nos parece complicado porque necesitamos estar pendientes de muchas cosas al mismo tiempo, pero poco a poco las vamos automatizando y empieza a parecernos fácil. Excesivamente fácil por habitual, y ya no nos planteamos la complejidad que comporta.
Las secuelas derivadas de un daño cerebral hacen difícil esta tarea. En este post vamos a repasar algunas de las aptitudes necesarias para conducir y como se pueden ver afectadas por la lesión.
Los accidentes de tráfico son la causa de muerte e incapacidad de miles de personas cada año y el factor humano es el responsable de muchos de esos accidentes. Por muy necesario que nos pueda parecer el vehículo, no llegaremos muy lejos si no lo conducimos con responsabilidad.
Manejar con seguridad implica el conocimiento de la normativa vigente, comprobar que el vehículo está en condiciones y la puesta en funcionamiento de muchas capacidades: Físicas/motoras, Cognitivas y Emocionales.
En las que primero pensamos es en las motoras, en la accesibilidad, movilidad y coordinación necesaria para manejar los mandos. Realmente este tipo de dificultades resultan las más fáciles de superar ya que actualmente existen en el mercado adaptaciones cada vez más completas que pueden compensar la movilidad reducida (mandos de conducción especiales, soluciones para acceder al vehículo…).
También nos exige una buena capacidad visual para percibir el entorno, agudeza visual o las correcciones ópticas oportunas y una visión de campo completa (que está alterada en la heminegligencia y hemianopsia). Pondremos en funcionamiento nuestras capacidades visoperceptivas y de coordinación visomotora para llevar el vehículo sin salirnos de nuestro carril, incluso cuando cambiamos de marcha.
Recurrimos a procesos de memoria para recordar lo que aprendimos en la autoescuela, entender las señales o para orientarnos en la ciudad.
Necesitamos agilidad en la velocidad de procesamiento de la información, capacidad de reacción y tiempos de respuesta rápidos para poder solucionar de forma inmediata las demandas que nos pueden surgir.
Como para todo, empleamos nuestra capacidad atencional. La sostenida del conductor le va a permitir mantenerse alerta durante trayectos que pueden ser largos y aburridos. La atención selectiva hará posible que atienda a la información relevante para la conducción y que inhiba el resto de estímulos. La atención dividida nos permite controlar al mismo tiempo lo que pasa delante de nosotros, las señalizaciones de la carretera, los espejos retrovisores, la marcha adecuada a la velocidad…mientras conversamos con nuestro copiloto o escuchamos la radio.
La memoria de trabajo mantiene toda esa información en línea, operativa y nuestras ejecutivas la integran, la dotan de significado y podemos anticipar problemas, tomar decisiones y tener la iniciativa para ajustar nuestra conducta y prevenirlos, como reducir la velocidad si vemos a un grupo de niños jugando con un balón por si se lanzan a alcanzar la pelota y se cruzan en nuestro camino. También estimamos tiempos y velocidad, valoramos riesgos y tomamos decisiones antes de incorporarnos a una rotonda o iniciar un adelantamiento.
Al volante es importante que seamos plenamente conscientes de nuestro estado psicofísico y emocional para detectar e interpretar correctamente los signos de fatiga o falta de concentración que puedan menguar nuestras capacidades (falta de sueño, consumo de alcohol, psicofármacos…).
La conducción no deja de ser una interacción social en la que hemos de atender a las normas, respetar y tolerar a los demás, por el bien de la convivencia en el asfalto.
Como hemos ido aprendiendo en diferentes post las enfermedades cerebrales provocan síntomas que varían en función de la causa, la severidad y las regiones a las que afecta.
Se manifiestan con cambios a nivel físico, cognitivo y emocional que pueden provocar en el afectado una perdida de funcionalidad para realizar actividades que antes era capaz de hacer con autonomía. Una de las que, por su complejidad y riesgo, muy a menudo se recomienda que eviten es la conducción.
Y una de las preguntas que con más frecuencia nos hacen nuestros pacientes es ¿puedo volver a conducir? Nosotros entendemos ese anhelo por volver a normalizar su vida y recuperar la “ libertad” perdida por un tiempo. Pero nuestra respuesta muchas veces es: “espera, tenemos que ir despacio, hay cosas que aún tienen que mejorar”.
Conviene valorar de forma objetiva el estado de sus capacidades, y cuando llega el momento en que está preparado recomendamos que inicie la conducción con un periodo de prácticas, a ser posible acompañado por un profesional, que empiece cogiendo el vehículo en entornos conocidos y con baja probabilidad de dificultades o factores inesperados… En definitiva, que minimice los riesgos para CONDUCIR CON CEREBRO y tener un buen viaje.