El progreso tiene un precio. A menudo, en nuestra sociedad, se apela a valores económicos y laborales para esquivar los efectos nocivos de la contaminación. Aunque son ya varios los estudios que han elevado la voz sobre los efectos nocivos de la contaminación en el cerebro de los niños, incluso cuando se encuentran en desarrollo en el cuerpo de la madre.
Es más, según ISGlobal, la exposición ambiental a aires contaminados puede contribuir a una menor capacidad cognitiva, entre otras alteraciones en el cerebro de los niños. Esto se manifestaría de forma evidente cuando los menores alcancen la edad escolar.
¿Cuándo consideramos que la contaminación es mala para nuestro cerebro?
En contestación a esta pregunta no hemos encontrado buenas noticias, ya que esta afectación se produce incluso cuando el aire que respira la embarazada se mantiene dentro de lo que la normativa considera un margen seguro en relación a su contenido en dióxido de nitrógeno y partículas gruesas o finas.
La exposición a partículas finas durante la etapa fetal, indica el estudio antes citado, está asociada al deficiente desarrollo de la corteza cerebral, la capa más externa del cerebro, que sería más delgada en algunas regiones de ambos hemisferios. Esta circunstancia es uno de los factores que permiten explicar a los investigadores algunas de las deficiencias cognitivas observadas en esos niños.
Algunas de las conclusiones de este estudio, nos permiten pensar que el retraso cognitivo en edades muy tempranas puede tener consecuencias considerables a largo plazo en la vida de esos niños. Así pues, estaríamos hablando de un mayor riesgo de, por ejemplo, trastorno mental o un menor rendimiento académico, en casos de alta exposición a elementos contaminantes.
Un cerebro vulnerable
El cerebro del feto es particularmente vulnerable a los tóxicos que alcanzan su riego sanguíneo a través del oxígeno que respira su madre. El feto aún no ha desarrollado mecanismos para protegerse o eliminar esos tóxicos, por lo que su afectación es superior a la que experimenta un cerebro consolidado. Los datos ya conocidos, no obstante, aún no pueden traducirse en la adopción de medidas de salud pública.
Así pues, estos resultados se suman a la abundante evidencia científica que subraya la necesidad urgente de reducir la contaminación atmosférica. No estamos hablando de la exposición a grandes factorías de la edad industrial. Nos referimos a algo más cotidiano, como la contaminación procedente del tráfico de vehículos. Por lo tanto, estos expertos sugieren la conveniencia de revaluar los máximos anuales que establece la normativa europea, y consideran que es necesario ser más severos por una cuestión de salud.
La otra cara de la moneda
Si hablamos de los efectos nocivos de la contaminación, por asociación de ideas, pensaremos que la exposición a entornos naturales tendrá efectos beneficiosos sobre nuestro cerebro. Esta asociación de ideas es correcta.
Los niños y niñas que se han criado en hogares rodeados de más espacios verdes tienden a presentar mayores volúmenes de materia blanca y gris en ciertas áreas de su cerebro. Esas diferencias anatómicas están a su vez asociadas con efectos beneficiosos sobre la función cognitiva.
Ésta es la principal conclusión de un estudio liderado también por ISGlobal. En el análisis detectaron que los volúmenes máximos de materia blanca y gris en las regiones asociadas con la exposición a los espacios verdes predijeron una mejor memoria de trabajo y una menor falta de atención, que se encuentran entre las funciones cognitivas más importantes.
La importancia del contacto con la naturaleza
Se considera que el contacto con la naturaleza es esencial para el desarrollo del cerebro en los niños. De hecho, un estudio previo realizado con 2.593 escolares de entre 7 y 10 años así lo demuestra. El estudio, a lo largo de los 12 meses de duración del mismo, mostró cómo los escolares de centros con mayor espacio verde al aire libre tuvieron mayor incremento en la memoria de trabajo. Pero además, tuvieron una mayor reducción en la falta de atención que aquellos que asistían a colegios con menos verdor.
La hipótesis de la biofilia sugiere que existe un vínculo evolutivo de los humanos con la naturaleza. En consecuencia, se argumenta que los espacios verdes proporcionan a los niños oportunidades de restauración psicológica. Además, estimulan ejercicios importantes como el descubrimiento, la creatividad y la asunción de riesgos. Esto, a su vez se cree que influye positivamente en diferentes aspectos del desarrollo del cerebro.
De igual modo, las áreas verdes a menudo presentan niveles más bajos de contaminación del aire y de ruido. Esto, puede enriquecer los aportes microbianos del medio ambiente. Y, por lo tanto, estas influencias podrían traducirse en beneficios indirectos para el desarrollo del cerebro.
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