Como si fuera la primera vez que me sostuviste en tus brazos al nacer allá por los años de plena ebullición democrática, algo parecido sentiste cuando, agarrándome bien fuerte la mano tras sufrir yo un ictus cerebral y a punto de morirme, viste con júbilo cómo me despertaba del coma a las tres semanas de operarme con los ojos entreabiertos.
Postrado en una cama que no era la mía, con la mitad de mi cuerpo completamente inutilizado, tú me diste las fuerzas adecuadas para que notase que estarías a mi lado siempre que me necesitases.
Cuando por fin subí a la cuarta planta tras semanas de incertidumbre, desasosiego y ensoñaciones desubicadas en el espacio y en el tiempo en la UVI del Hospital de la Ribera, ¿quién estaba junto a mí cuidándome como sólo una madre cuida a su hijo? Por supuesto, tú misma. En esa habitación, en la incómoda cama supletoria en la que dormiste mes y medio, se decidía el destino para iniciar mi rehabilitación. Peleasteis por mí para conseguir que yo entrara a un centro de referencia en el que pudiese avanzar al máximo. No os equivocasteis.
NEURORREHABILITACIÓN
Fue en el centro Vithas IRENEA Aguas Vivas, y en esa etapa que nos tocó vivir, en la que hiciste de pluriempleada. Eras mi cuidadora personal, me preparabas el desayuno, me lavabas de pies a cabeza con una esponja jabonosa porque yo no podía ducharme todavía, me vestías con el equipo deportivo que me habías comprado a posta para recibir fisioterapia, me llevabas en silla de ruedas a neurorrehabilitación por la mañana y también por la tarde y, cuando acababa la sesión diaria, me recogías y nos íbamos al exterior del parking a pasear mientras esperábamos a mi padre, que venía a visitarnos tras concluir su jornada laboral y a buscar a mi hermano, que se quedaba algún día con nosotros en el hospital. Otras veces, cuando yo tenía un evento al que asistir por razones del mundillo periodístico, no me decías que necesitábamos un descanso y te apuntabas a un bombardeo. Buena persona, de gran corazón, siempre estabas animándome a pelear por mis objetivos o a soportar mis berrinches cuando la progresión se estancaba.
En las sesiones de terapia ocupacional nos enseñaban a conseguir una plena -o cierta- autonomía para que no dependiéramos de los demás (vestirte y desvestirte, aseo personal, manejo de dinero u otros aspectos del día a día). Las terapeutas nos pautaban todo lo aprendido y después, cuando ya me instalé en mi casa, en régimen ambulatorio, lo aplicábamos en la vida real. Cómo no, tú te encargabas de supervisarme cuando nos íbamos a comprar, siempre los sábados, para meter dentro del carrito verdura, fruta, carne, pescado, pan y dulces o el periódico. Algunas veces probábamos utensilios que comprábamos en tiendas especializadas de ortopedia, ya sabes, tenedores, cuchillos, sillas u otras facilidades, al servicio de los que presentan movilidad reducida. No se lo diré a nadie, mamá, pero que sepas que tú eres demasiado buena y la mayoría de las veces me lo preparabas tú cortado y servido en la mesa. ¡Ay, esas madres, siempre malcriando a sus hijos!
Tú, que eras profesora de lengua y de historia antes de jubilarte, me corregías los escritos de mi diario personal a fin de que yo pudiese redactar mejor como complemento a la terapia de logopedia. A partir de los tres años justos de aterrizar en Vithas IRENEA Aguas Vivas, empecé a trabajar en estos hospitales con el cometido de publicar noticias, entrevistas, reportajes con un blog encarado al daño cerebral adquirido y, otra vez, me retocabas algunos errores que yo no era capaz de detectar. Ávida lectora, todos los años te regalo una novela por tu cumpleaños y también por Reyes y espero y deseo que continúes devorando sin piedad esa afición tan maravillosa.
EN CASA
Tal vez no he ayudado lo suficiente en el asunto del hogar, en el que la mayoría de las veces te encargabas tú. Sin embargo, ahora me he comprometido a realizar estas tareas mientras tú no estás en casa: la compra semanal, limpiar la cocina, poner y retirar el lavaplatos, preparar la comida o la cena, poner la lavadora o tender la ropa serán mi cometido. Además, en este lapso de tiempo, me he asombrado al ver que puedo aprender multitud de ocupaciones, por ejemplo, cortarme las uñas de las manos y de los pies, con sumo cuidado, sin que nadie me ayude.
Cuando estemos juntos por fin, si tú quieres, retomaremos las caminatas habituales por los alrededores de nuestro pueblo, Sueca, en la llamada ruta del colesterol. Quizás no caminarás demasiado rápido como lo hacías antes, pero yo te ayudaré siempre que lo necesites, como antes tú me sentabas en la silla de ruedas cuando me sobrevino el ictus. Igualmente nos iremos a la playa para caminar sobre la arena y nadar para soportar el intenso calor. Y si te convences, te apuntaré a la piscina cubierta, puesto que los fisioterapetas dicen que es muy aconsejable para los que tenemos algún tipo de dificultad, tal como yo lo practicaba en Vithas Aguas Vivas, dado que allí tienen una que, además, es adaptada para los pacientes que necesitan hacer rehabilitación dentro del agua.
«ICTUS»
El pasado abril, poco después de tu cumpleaños, sufriste un ictus cerebral isquémico. Fue de repente, sin avisar. A las once y media del mediodía, mientras estabais en casa comiendo fruta en la cocina, sentiste que la mitad de tu cuerpo derecho se desplomaba. La sensación que experimentaste fue que no tenías dolor, pero estabas muy floja y cansada y advertiste enseguida lo que te estaba ocurriendo, puesto que tenemos en nuestra familia antecedentes sobrados, como en mi caso. “Ictus”, dijiste con rotundidad. Un minuto después estábamos llamando al centro de salud para que te llevaran en ambulancia al hospital. Creo que reaccionamos a tiempo porque, por suerte, no te ha afectado el habla y el razonamiento cognitivo, aunque la pierna y, sobre todo, el brazo derecho, costarán más de lo esperado. No obstante, tú eres una luchadora nata, que no te arrugas ante nada. Eres alegre, vitalista y soñadora, aunque con la cabeza amueblada, y seguro que le sacarás el máximo partido a tu nueva situación mientras estás rehabilitándote.
Te queremos mucho, mamá. Sé que estamos impacientes porque vuelvas con nosotros, aunque lo importante es que te recuperes. Como yo mismo, tú has vuelto a nacer y ahora estarás descubriendo un mundo nuevo ante ti. Por eso, si precisas algún sostén al que agarrarte, ya sabes dónde estoy.
Imagen de Eva Melero