Mi nombre es Javier Romero Moreno. Soy un joven de 27 años al que a la edad de 17, tras una crisis epiléptica, se me detectó una malformación arteriovenosa del tamaño de un guisante en la cabeza. Concretamente en la parte derecha del cerebro.
Tras numerosas operaciones quirúrgicas, a la edad de 23 años, y como resultado de las mismas, me quedó como secuela una hemiparesia izquierda que cambió mi vida de forma radical. Tuve que aprender a realizar todas las actividades de la vida diaria (AVD´s) con esta secuela y de la mejor manera posible. Aquí tuve ayuda desde muchos profesionales de rehabilitación (fisioterapeutas, neuropsicólogos, médicos, enfermeros/as, etc.), pero el que más influencia tuvo en mí día a día fue el terapeuta ocupacional.
La terapia ocupacional es una disciplina de la rama sanitaria que yo no conocía “en mis propias carnes” hasta que me ocurrió el accidente. Yo conocía la terapia ocupacional desde un punto de vista más profesional y de compañerismo con mi pasada profesión (fisioterapeuta). No conocía la importancia que puede tener este tipo de terapia en una persona con discapacidad, hasta que no me trató un terapeuta. Tuve la suerte de pasar por las manos de varios de ellos y la verdad es que nunca tendré los suficientes medios para agradecerles lo que hicieron por mí.
El terapeuta era el encargado de reordenar todo el caos que había en mi vida y de hacerlo de una manera “invisible”. Por lo que hasta el día de hoy sé, la terapia ocupacional utiliza la ocupación de una persona para rehabilitarse a sí misma. Esto quiere decir que mediante tareas de la vida cotidiana y trabajándolas de una manera pautada y eficiente, con la discapacidad que tenía, yo podía hacerme más independiente en mi rutina diaria y valiéndome de mis propios medios. De las herramientas que utilizaba el terapeuta ocupacional conmigo, recuerdo que algo tan sencillo y de uso tan cotidiano como una agenda, podía ayudarme tanto a ubicarme y a gestionarme tanto mi vida.
En un principio, al estar en silla de ruedas y no poder moverme prácticamente, tareas como el cálculo matemático y la resolución de puzzles, eran cosas que me entretenían y que iban haciendo trabajar a mi cerebro. De esta manera, conseguía mantener despierto ese lado que no respondía. Asociado a esa pérdida de fuerza en mi lado izquierdo, había otras dificultades como la espasticidad en el lado izquierdo de mi cuerpo, pérdida de memoria a corto plazo, etc. Nada que el terapeuta ocupacional no pudiese trabajar con terapia manual (masajes) o con estiramientos.
Las correcciones posturales en la silla de ruedas también eran muy importantes ya que podían desencadenar otros problemas musculares y esqueléticos. Como sigo diciendo, nada que el terapeuta ocupacional no pudiese repetirme cada 2 minutos de manera que se quedara grabado en mi cabeza.
Recuerdo que también trabajaba mucho con dibujos y palabras para ejercitar mi memoria. Era pésima por aquel entonces. Hoy es algo mejor que la que tenía antes del accidente porque hoy tengo nuevas estrategias para recordar, que antes no sabía usar. Esto es algo que también me enseñó.
Un factor clave para una persona con movilidad reducida es el aseo personal, el vestido y el desvestido. Nada que el terapeuta ocupacional no pudiese trabajar conmigo, como decía antes. Nunca imaginé lo rápido que puede vestirse alguien con un brazo útil usando métodos desconocidos hasta entonces. Cosas de la vida diaria que hacía antes como el lavado y cepillado de dientes, ducha, lavado de manos, son cosas que hacía con dificultad y que dirigidas por el terapeuta se hacían mucho más fáciles.
El terapeuta que trabajaba conmigo se encargaba de evaluarme cada cierto tiempo y ver cuáles eran las necesidades que tenía en cada momento. Por aquel entonces, los desplazamientos en silla de ruedas era mi medio de transporte y el terapeuta me enseñaba a manejarme por las calles y sitios diferentes.
Debido a la espasticidad en el brazo izquierdo era necesario mantener abierta la mano el máximo tiempo posible y de la mejor manera posible y el pie izquierdo en una correcta posición. El terapeuta ocupacional junto con el médico y el ortopeda consiguieron que eso fuese posible gracias a dos férulas, una para la mano y otra para el pie izquierdo.
Un punto que era muy importante en mi rehabilitación es que la rehabilitación en terapia ocupacional se ajustaba a lo que “yo necesitaba” y no a “lo que había establecido por norma”. Me hacía ponerle más ganas al proceso porque era para un bien propio.
Tras un tiempo de rehabilitación y duro trabajo las cosas fueron mejorando y yo era más independiente…
Curiosamente, antes de formarme como fisioterapeuta, intenté hacer Terapia Ocupacional pero me coincidió con una operación y en ese lapso de tiempo no pude entrar. Tras ese tiempo me formé como fisioterapeuta (2005-2008) y fue cuando, en 2009, me ocurrió el accidente.
Estamos en el año 2013 y ahora estoy haciendo el Grado en Terapia Ocupacional. Concretamente en 2º año ya. Y lo he hecho así porque creo que lo que me pasó a mi puede ayudar a otras personas de algún modo y no dejar que lo que pasó quede en un mal recuerdo.
Hoy en día pienso que la terapia ocupacional es algo que todos, en algún momento de nuestra vida, haremos de manera “invisible”. Porque la terapia ocupacional es la vida de todas las personas y es con lo que te despiertas y te acuestas. Es todo lo que haces. Veo que la terapia ocupacional no es una “terapia”, sino una manera de hacer las cosas, una herramienta que usa cada uno a su manera.
Para algunos nos ha servido para más que para otros, pero es algo que todos conocemos pero que no le ponemos el nombre de “terapia ocupacional”, sino un “es mi día a día” como dije hace unos años en un hospital.
“Gracias Terapia Ocupacional”, esto no hubiese sido posible sin Rosana, Ana, María y Patri del Instituto de Rehabilitación Neurológica.