La mirada de Llorenç: «Rehabilitarse en tiempos revueltos»

ejemplos del libro de familiares para crear turnos de conversación

Corría el año 2005, cuando tu meta consistía en vivir la vida lo más intensamente posible, que por eso eras joven. Recuerdo que yo estaba de vacaciones aquel mes de septiembre, dado que los compañeros de la redacción del periódico Levante-EMV preferían julio o agosto antes de que yo lo eligiera por ser el más novato y pipiolo de todos donde yo trabajaba.

Un día cualquiera, me acerqué a casa de mis padres para primero comer y luego repantigarnos en nuestros sofás. Enchufamos el mando a distancia y, en la primera cadena, anunciaron a bombo y platillo que empezaba la serie Amar en tiempos revueltos, ambientada en la Guerra Civil española y la postguerra. Mi madre y yo duramos aproximadamente cinco minutos de reloj hasta que, por fin, nos rendimos. Ya estábamos en trance para quedarnos profundamente dormidos en la siempre beneficiosa siestorra. No había ninguna duda: la telenovela era un potente somnífero.

Tres años después de aquel episodio, en 2008, me desperté de un coma en la UCI de un hospital tras sufrir un ictus cerebral muy grave, sin poder moverme de la cama, sin poder hablar o escribir y sin saber qué había pasado realmente.

Cuando me subieron por fin a planta, con mi madre a mi lado, teníamos en la habitación una pequeña televisión para distraernos un rato, pero lo cierto es que yo era incapaz de entender lo que decían en las noticias, programas, series o incluso películas. Hablaban demasiado rápido y encima los diálogos me parecían intrincados y difíciles para mí. Mi percepción de la realidad era muy lenta en comparación al resto de los mortales. Figuraos si era frustrante que mi trabajo –antes de padecer el daño cerebral, por supuesto- consistía en redactar crónicas lo más aprisa posible, puesto que, normalmente, tenías que entregarlo para ya mismo. Ahora, por desgracia, ya no tenía ni el lenguaje más sagrado, ni la atención, ni la memoria, ni, por supuesto, la velocidad de procesamiento de la información que antes atesoraba.

Fue en Vithas Aguas Vivas, a partir de marzo, donde los terapeutas del Servicio de Vithas IRENEA trazaron un programa multidisciplinar enfocado a conectar mis neuronas que ahora se habían deteriorado: fisioterapia, logopedia, terapia cognitiva, terapia ocupacional eran mis nuevos quehaceres diarios en la intensa rehabilitación.

Un día, en la pausa para comer y descansar para así reprender la terapia con más fuerza, no apagamos la tele y empezó a sonar una canción parecida a un bolero acompañando a un texto que decía tal que así: “En el capítulo anterior…”. Se trataba, como no, de Amar en tiempos revueltos, que estaba ya en la tercera temporada, en los años cuarenta, y al parecer, como no me notaba demasiado cansado, seguí viéndolo.

Cuando pasaron los minutos, sucedió algo inaudito: me di cuenta de que podía seguir los diálogos más o menos bien. Al ser una teleserie de sobremesa muy pausada, sin estridencias, sin estruendos ni tiros ni catástrofes –casi siempre aparecen solo dos o, a lo sumo, tres actores y actrices para entablar conversación, con esos decorados interiores sin el ambiente exterior que a veces empaña un sonido perfecto-, en uno o dos días ya entiendes toda la trama. Para colmo, antes de empezar, hacen un completo resumen del capítulo anterior, como también al finalizar te presentan, a modo de síntesis, el siguiente episodio que se emitirá mañana, por si no puedes mirarlo a causa de fuerza mayor. Pero tranquilos, que no cunda el pánico: la familia Gómez, los que regentan el bar El Asturiano, os pondrán al corriente de todo con una minuciosa descripción de los personajes que van apareciendo de una temporada a otra.

Amar en tiempos revueltos continúa con todos nosotros, solo que ha cambiado de canal de emisión. Empezó en Televisión Española, aunque después adquirió los derechos, a partir de 2013, Antena 3, solo que el título lo cambiaron por Amar es para siempre (se ve que el nombre registrado lo posee TVE). Ahora la serie está mucho más cuidada que antaño por la calidad de la imagen, obviamente porque las nuevas televisiones tienen incorporado el sistema actual del TDT. Pero pasan los años, incluso las décadas –arrancan con el estallido de la Guerra Civil en 1936, pasan a los sesenta ya en Antena 3, y ahora van por el año 1979-, y la esencia sigue siendo la misma: amor y desamor –un clásico que nunca muere-, mientras se entremezclan un compendio de relatos de poder, ilusión, dinero, escasez, amistad y otras historias de ayer y de hoy.

He de puntualizar que lo veía esporádicamente cuando podía, y más si cabe porque en septiembre empecé con el horario de tarde en Vithas Aguas Vivas, debido a que mi madre, profesora, debía reanudar sus clases por la mañana para así, tras acabar su jornada laboral, acompañarme a rehabilitación. No obstante, tras salir los teléfonos inteligentes, me di cuenta de que podía mirarlo por internet en el móvil. Y así fue. Ahora bien, casi siempre me ocurre lo mismo: cuando me acuesto, no duro ni cinco minutos desde que empieza la serie dado que poco después ya estoy en el nirvana, roncando a pierna suelta. Por eso, si tenéis problemas de sueño, meteros en la cama y, acto seguido, pulsad un episodio cualquiera en vuestro smartphone. Ya me diréis si el efecto adormidera ayuda a conciliar vuestro preciado sueño. Obviamente, podéis probar con otras teleseries que os interesen más. Incluso en la sobremesa del domingo es ideal sintonizar una relajante película alemana o sueca para hacer una siesta en condiciones.

Cuando vuelvo la vista atrás me doy cuenta de lo que he avanzado en este camino lento, algunas veces pesado, pero al final satisfactorio. De las noticias, series y películas que yo veía cuando me esforzaba por comprender las conversaciones que se me iban planteando. Cómo no acordarme de los programas de humor –Buenafuente y similares- que mirábamos en la habitación del hospital cuando acababa de cenar, con la bandeja sobre mí sin dejar ni rastro de comida. O, ya en casa, proyectaban en la pantalla Criando malvas, una comedia fantástica donde un pastelero podía revivir a los muertos. También los canales que me parecían interesantes, como los documentales de Historia, Viajar o National Geographic. Más adelante, en la consulta de logopedia, veíamos películas de dibujos animados –Megamind (2010), por decir alguna- para que los pacientes captáramos los mensajes en pos de rehabilitarnos mejor. Para que os hagáis una pequeña idea, a punto de acabar mi rehabilitación en Vithas Aguas Vivas, los neuropsicólogos me pasaron un reportaje mucho más complejo que de costumbre, de una revista científica, acerca de los beneficios que reporta la música como terapia para los pacientes, y pude procesar la información contento por mi progresión.

Aún así, persisten todavía déficits de mi incapacidad para leer los textos en la pantalla si desaparecen enseguida. Aparte de mi lentitud de lectura, además tengo hemianopsia derecha –pérdida de la mitad del campo visual-, aunque tengo que decir que he mejorado sustancialmente por medio de mucha rehabilitación, dentro del Servicio de IRENEA, en casa y fuera de ella, leyendo novelas, cómics, revistas, periódicos, con la ayuda del móvil o del portátil o lo que se presente. Y, claro está, empapándome también del televisor.

¿Sabéis qué haré? Estoy ansioso de visionar por segunda vez la película Sospechosos Habituales (1995), un thriller de intriga donde un delincuente cuenta su versión de los hechos a la policía –ha habido muertos en un incendio en el puerto de Los Ángeles- sin saber si dice la verdad. Por eso tengo un reto nuevo para mí: conseguir que el rompecabezas en el que me cuesta seguir el intríngulis de este film encaje perfectamente para despejar todas mis dudas en esa -dicen los expertos- obra de culto.

*Imagen extraída de la guía para familiares de Vithas IRENEA. Del apartado de Logopedia.

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