Fran (Riba-roja, 1984), más conocido por todos como Páez, su apellido, siempre tuvo predilección por las emociones fuertes, por ir al límite. Dado que aquel adolescente de 16 años no le gustaba estudiar, empezó a trabajar en un concesionario de coches como mecánico, llevando ya dos años en la empresa. Todavía recuerda su “fecha señalada”, el día anterior de la conmemoración de todos los valencianos, el 9 de Octubre, cuando cambiaría radicalmente su guión previsto hasta entonces.
Como su jefe les comunicó a los trabajadores que tenían puente, ese lunes Páez subió con su flamante Yamaha YZF-R6, de 600 centímetros cúbicos, color azul y blanco, rumbo a Valencia para comprar unas piezas que debía cambiar a un automóvil. Al entrar en una curva, por la que pasaba todos los días para ir al taller, no sabe si la moto falló o entró a todo gas. “Me caí yo solo, y el que juega con fuego se quema. Y yo me he quemado”, reflexiona. El resultado se saldó con la médula espinal hecha trizas y un traumatismo craneoencefálico grave, aunque su casco le salvó la vida, antes de ingresar en el viejo Hospital La Fe, ya inconsciente.
Despertar después del daño cerebral
Páez se acuerda de sus muchos familiares y amigos que le mostraron el camino dándole fuerzas para salir adelante tras despertarse del coma inducido al mes y medio, aunque su percepción de la realidad distaba mucho de ser plenamente consciente. “Estaba en los limbos”, recuerda. Postrado en la cama sin moverse. Paez, le decía a sus padres que él quería conducir enseguida, o preguntaba por familiares de los que decía que había estado con ellos en la habitación del hospital, pero en realidad estaban muertos hacía años.
En febrero de 2008 ingresó en el Hospital Vithas Aguas Vivas con mucho que hacer después de tres meses con amnesia postraumática a consecuencia del daño cerebral. Allí recibía fisioterapia para fortalecer sus brazos, trabajar la bipedestación en el plano, controlar el tronco, ejercicios sobre la colchoneta, camilla e inmovilizaciones, además de la piscina cubierta. En terapia cognitiva ejercitaba su atención y su memoria, dado que tenía mermados su organización, su planificación y su velocidad de procesamiento. Todavía se acuerda de juegos de mesa que había en la consulta que luego se compró para progresar en su casa.
A nivel conductual, estaba lábil, impaciente y un tanto infantil. En terapia ocupacional practicaba su destreza manual y su aseo personal. Luego, a los dos meses, pasó al Hospital Vithas Valencia al Mar para continuar su andadura, mejorando poco a poco. También fue primordial que sus buenos amigos le recogieran en su propia casa para salir un rato, ya en régimen ambulatorio, tras abandonar su habitación del hospital después de siete meses.
Su paso por Madrid, empezar a ser uno mismo
“Yo soy una persona muy positiva, intentan hundirme y salen perdiendo. A la gente negativa le diría que de todo se sale”, ratifica. Pero antes no era así. “¿Por qué me ha pasado esto a mí?”, se preguntaba. Todo cambió cuando los terapeutas del Servicio de IRENEA le aconsejaron que se fuera a un Centro de Rehabilitación de Discapacitados Físicos radicado en Madrid a partir de septiembre de 2009. Páez estaba muy reacio a cambiar su hábito de vida que le coartaba para emprender su propio camino.
“Antes de llegar a Madrid me vestía mi madre y también todo lo demás”, se sincera. Sin embargo, bajó al comedor y la primera impresión que tuvo con sus nuevos compañeros tetrapléjicos le sirvió para que se borraran todos sus miedos. “Vi gente en silla de batería, que en teoría están peor que tú, pero los veías felices”, rememora. “Yo aquí me quedo”, les dijo a sus padres. Mamá ya no estaba a su disposición, así que aprendió en los cinco años de estancia a manejarse por sí mismo, a ser independiente, a empezar a relacionarse con la gente, incluso para conseguir algo inaudito, su graduado escolar. Allí estaba en su propia casa, “en la segunda planta, en la celda 211”, ironiza: “Y empecé a ser yo mismo”.
Manteniendo relación con ex pacientes de IRENEA
A pesar de que tiene penumbras en los 20 meses que pasó en el Servicio de IRENEA de los Hospitales Vithas, Páez tiene todavía vínculos estrechos con ex pacientes que estaban codo con codo en el proceso rehabilitador, como también con sus terapeutas. De hecho, suele acudir con sus antiguos rehabilitadores a las charlas que organizan por los institutos para concienciar a los alumnos contra la lacra de los accidentes de tráfico.
Dicen los terapeutas que trabajaron con él que es una persona muy constante, perseverante y disciplinada: “Cuando voy a por algo, lo quiero”. Una noche cualquiera fue junto con un amigo de fiesta a una discoteca. “Entramos, no había nadie y conocimos a unas chicas. Una de ellas, Noelia, a día de hoy es mi pareja. Como ella dice, había siete calvos y dos en silla de ruedas. Hablamos un rato, le cogí la mano y le dije: ‘Noelia, te voy a besar’, y la besé”, narra. A partir de entonces llevan ya dos años conviviendo juntos, en un piso en el que Páez estaba viviendo solo hacía un tiempo. En Madrid él comía poco, mientras que ahora mucho más. Se va al supermercado y cocina sus propios platos buscando por internet. Según dice el ex paciente, Noelia es “bípeda”, pero no es un obstáculo para que las barreras se unan.
La llegada del quad rugby: «Todos podemos hacer de todo»
“Querer es poder. Todos podemos hacer de todo”, sentencia Páez, donde se define como una persona “muy observadora”, que se fija en los gestos de la gente y, por qué no decirlo, por su labia. Ahora bien, secuelas tiene. Aparte de su tetraplejía, admite que su cerebro va más lento de lo habitual, también su memoria. Habla muy rápido y a veces no se le entiende, además de reconocer que es muy impulsivo a raíz del traumatismo craneoencefálico. Pero ha encontrado muchos más alicientes positivos que negativos en esta transformación que se forjó a fuego lento.
“Yo siempre he hecho deporte, antes iba al gimnasio y después del accidente probé con el pádel, pero no me gustó, ya que, debido a mi falta de coordinación, me pareció complicado”, justifica. Todo cambió cuando, estando en la piscina, le llamó Carlos Sanchís, el fundador de los Lobos Quad Rugby. “Páez, que vamos a hacer un equipo de rugby adaptado, vente y lo pruebas”, dijo. Aquella invitación sedujo enseguida al ex paciente, y desde entonces no lo ha dejado. Llevan ya dos temporadas y dice que le apasiona. Se compró la raqueta de pádel y está en casa sin usar. Según cuenta, este club valenciano no tenía preparación cuando se creó en 2017, pero están avanzando a pasos agigantados: “Somos una piña, un equipo bueno. Conoces a otros jugadores y ves fallos que cometías tú, y lo corriges”. Su grito de guerra, “¡Valencia Lobos! ¡Valencia Lobos! ¡Valencia Lobos!”, tres veces.
¿En qué consiste el quad rugby?
Hablemos entonces del deporte, del quad rugby. A finales de los años 70, unos canadienses idearon un juego en el que personas en silla de ruedas -con lesiones medulares, parálisis cerebrales, amputaciones, etc.- practicaran un deporte adaptado en grupo, combinando elementos del rugby y el baloncesto o balonmano en una pista cubierta.
Un equipo consta de cuatro componentes sobre el terreno de juego, como el otro oponente, aunque los dos pueden tener más participantes en el banquillo. La pelota reglamentaria es de voleibol, y los jugadores pueden cogerla, botarla o pasarla con las manos y los brazos, o llevarla en las piernas. La línea de gol se sitúa al extremo de la cancha para que el jugador sobrepase el balón completamente. Los equipos pueden ser mixtos -hombres y mujeres-, y además las jugadoras tienen una bonificación de medio punto, así como todos los deportistas son clasificados según su grado de movilidad (de 0,5 a 3,5) para que no tengan ventaja.
El primer contacto con el quad rugby
“Cuando empezaron a explicarme las reglas parecía que tenías que estudiar una carrera”, recuerda el ex paciente. Hay dos tipos de sillas de ruedas: las sillas ofensivas y las defensivas, aunque la que tiene Páez es híbrida, “mitad y mitad”. Según explica, un defensivo, “donde lo ves que no hace nada”, es el que más trabajo tiene, “porque le abre paso al ofensivo”. Casi siempre Páez tiene una posición determinada, que es el tres. ¿Qué dice el entrenador sobre él? “Que soy muy constante, y me corrige. Antes me enfadaba”, dice, “pero no se está riendo de ti, te está corrigiendo”.
En estos pocos años de vida, el quad rugby ha empezado a andar en España con ocho clubes, algunos más consolidados que otros o recién llegados. “Como somos pocos equipos, hacemos campeonatos en el que se empieza y se acaba el fin de semana. Pero ahora van a salir más”, pronostica. También se enfrentan conjuntos en un amistoso, en Toledo, Úbeda, Zaragoza o, por supuesto, en València. El penúltimo encuentro que disputaron los Lobos Quad Rugby no fue como esperaban. “Nos pusimos muy nerviosos y hacía mucho calor”, argumenta Páez, aunque el último partido que cerró la temporada estuvo muy cerca de lograrlo, con el marcador final de 30 a 32 ante el BUC de Barcelona, campeón de la primera liga de rugby en silla de ruedas de este preciso año.
De hecho, la siguiente temporada entrarán más equipos, incluido los Lobos Quad Rugby. Quizás si entrena duro aumenten las posibilidades de que hagan algo grande. O soñar con participar en los Juegos Paralímpicos de Tokio al año siguiente. “Claro que me gustaría, pero hay gente mejor preparada que yo para no llevarme un chasco”, se sincera. Y anima a los que están pensando apuntarse a un deporte adaptado, sea al quad rugby u otra actividad física, porque “se lo va a pasar pipa: la mente lo necesita, fomenta el compañerismo y de todo se aprende en esta vida”.
Una persona nueva después del accidente
Todavía se le pone los pelos de punta cuando ve pasar a algún motorista calcado a Páez y se acuerda de los acelerones que se marcaba en su Yamaha “por el riesgo” innato a su personalidad. “Si volviera a andar, volvería a subir en moto”, se envalentona.
Eso sí, asume su situación con una sinceridad aplastante: “Si no hubiese sucedido mi accidente ahora no estaríamos hablando. ¿Me ha pasado? Pues lo acepto. Lo hecho, hecho está”. Por eso Páez se considera una persona “completamente nueva” y se ha dado cuenta de lo que es realmente más importante: los suyos. De su madre, que le empujó a superar todos los obstáculos en el camino hacia su recuperación. Que le alentó a no tener miedo cuando le llevó a subirse de nuevo al coche antes de aprobar otra vez el carné de conducir: “Antes siempre estaba con mis amigos, trabajando o en el gimnasio y nunca en casa, pero ahora lo he visto claro: la gente que te quiere son tu familia”.