El estrés aparece ante situaciones de nuestra vida que valoramos como importantes y que nos exigen una movilización de nuestros recursos personales para afrontarlas. La manera en que lo sentimos es distinta en cada persona y puede cambiar según el momento de la vida.
Estas diferencias dependen:
- del tipo de situación que lo está provocando (preparar una boda, tener un examen, hacer una reforma, exceso de trabajo, una enfermedad…)
- de la importancia que le demos en nuestra vida
- y de lo capaces que nos sintamos para hacerle frente
En función de estas circunstancias podemos vivir el estrés como algo exigente pero con consecuencias agradables, como algo dificultoso que podemos afrontar y resolver o como algo que seguramente no podremos solucionar y nos acarreará dificultades. Dependiendo de la vivencia que tengamos vamos a sentir unas u otras emociones ( tristeza, alegría, enfado, miedo…) que si son muy intensas y/o frecuentes pueden llegar a derivar en enfermedades (depresión, agresividad, ansiedad…)
Vamos a poner como ejemplo una situación exigente e importante que suele causar estrés: preparar una oposición para conseguir trabajo.
Es normal que en esta circunstancia nos cuestionemos nuestra capacidad para hacerle frente, valoremos las necesidades que tenemos y pensemos en los problemas que pueden surgir, para prepararnos bien y tener éxito. O no.
Cuando nos preocupamos anticipando posibles dificultades y la incertidumbre nos sobrepasa nos sentimos ansiosos y vivimos como peligrosas, reales y seguras situaciones que no tienen por qué suceder.
Experimentamos ansiedad al interpretar como amenazante una situación y, para “prepararse” ante el “peligro” que nos viene, nuestro organismo sufre cambios:
- Nuestros pensamientos estarán cargados de temor, inseguridad, negatividad…
- A nivel fisiológico con aumento de la tasa cardíaca y respiratoria, sudor, tensión muscular, insomnio…
- A nivel motor con tics, tartamudez, conductas de evitación…
Todas estas manifestaciones son variables e individuales pero siempre se perciben como desagradables y si son muy intensas o aparecen con frecuencia, lejos de ayudarnos a afrontar el “peligro”, nos pueden llegar a bloquear. Nos sentiremos más vulnerables e imaginaremos más “peligros”. Por eso es bueno romper a tiempo el círculo de activación que supone la ansiedad.
La misma situación estresante nos habría podido generar otras emociones: tristeza y desánimo por valorarnos como incapaces, ira al interpretar como injusta la situación…cada una de ellas con su torbellino de activación y su carga de malestar.
El daño cerebral supone para todo el entorno un cambio brusco en la vida, una fuerte inversión de recursos personales y un reto poder sobrellevarlo. Conlleva, por tanto, estrés.
Creemos útil dedicar un post para pensar en el bienestar emocional y hablar de una técnica, la respiración diafragmática, sencilla, útil y accesible que nos ayudará a calmar nuestra mente.
Consejos para practicarla:
- Hasta que no la dominemos es conveniente entrenarla en momentos de tranquilidad.
- Buscar un lugar tranquilo y colocarnos en una posición cómoda.
- Para comprobar que respiramos correctamente situamos una mano en el pecho y la otra sobre la barriga
- Respiramos por la nariz cogiendo poco aire, lentamente y llevándolo a la parte baja de los pulmones, inflando la barriga y sin mover el pecho
- Mantenemos unos segundos el aire en esta posición y lo expulsamos lentamente, sintiendo como nos relajamos.
- Nos concentramos en la respiración e intentamos poco a poco ir haciéndola más lenta.
Podemos empezar dedicándole 5 minutos al día para ir ampliando progresivamente el tiempo y los momentos.
Al principio nos puede resultar difícil concentrarnos en la respiración, o resultar un ejercicio tedioso y aburrido. Pero todos sabemos respirar y si somos constantes comprobaremos que vale la pena reservar unos minutos al día para encontrar la calma.
Si necesitas tener más información sobre el estrés que supone el daño cerebral en la familia o más sobre el síndrome del cuidador, no dudes en contactar con nosotros.